marzo 16, 2025
Poner el “corazón” en el compromiso con un mundo justo y en paz.

Poner el “corazón” en el compromiso con un mundo justo y en paz.

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El papa Francisco publicó el 24 de octubre de 2024 su cuarta Encíclica Dilexit nos –Sobre el Amor humano y divino del corazón de Jesucristo–. Su valor radica en darle énfasis a la vivencia del amor, tan necesario en la vida de toda persona y en la construcción de las sociedades. Pero hay que tener cuidado, lo advierte el mismo papa Francisco, de no caer en un amor intimista que no se articule con el amor social, comunitario y misionero, dimensiones irrenunciables del amor cristiano.

El primer capítulo, titulado “La importancia del corazón” nos presenta el significado del “corazón” como símbolo de lo más interior de los seres humanos, lugar de la sinceridad, de las verdaderas intenciones, lo que uno realmente piensa, cree y quiere. En otras palabras, aquello que se es, no en apariencia, sino “auténticamente”. De ahí la invitación a “volver al corazón” a nivel personal y a nivel social, más aún en los contextos actuales de sociedades líquidas, individualistas, donde urge “poner el corazón” al servicio
del bien común.

El segundo capítulo, “Gestos y palabras de amor”, nos permite contemplar la praxis de amor del Jesús histórico, siempre cercano y abierto al encuentro: con Nicodemo, la samaritana, la prostituta que lava sus pies, la adúltera, los muchos beneficiarios de su misericordia con sus palabras y milagros y su relación entrañable con los discípulos y las mujeres que le siguieron, llamándolos “amigos” (Jn 15, 15). En otras palabras, Jesús encarna todos los gestos y palabras de amor que tiene el corazón de Dios y que se nos invita a vivir.

El capítulo tercero, “Este es el corazón que tanto amó” se centra en la devoción al Corazón de Cristo, llamando la atención que no es una devoción de una parte suya –el corazón– sino de toda su persona, del Jesús muerto y resucitado por todos nosotros. En ese horizonte ha de comprenderse el que la Iglesia haya elegido la imagen del corazón para representar el amor humano y divino de Jesucristo. Por una parte, reconocer el amor humano de Jesús, con todo lo que implica: sentimientos, ternura, deseo, nostalgia, y, por lo tanto, capaz de identificarse plenamente con la naturaleza humana; pero también, el amor divino.

Es decir, el corazón de Cristo expresa la naturaleza humana y divina de Cristo. Además de esta dimensión cristológica del corazón de Cristo se afirma la dimensión trinitaria porque todos los deseos del corazón de Cristo se orientan a su Padre y, a su vez, es movido por el Espíritu en su misión, el mismo Espíritu que ayuda a captar la riqueza del signo del costado traspasado de Cristo, del que nació la Iglesia.

La devoción al corazón de Cristo ha estado presente en la historia de la espiritualidad cristiana y en expresiones magisteriales de los últimos Papas: León XIII, Pío XI, Pío XII, Juan Pablo II y Benedicto XVI. De diferentes formas llamaron a mantener esta devoción como sublime síntesis de nuestro culto a Cristo y cómo posibilidad de construir la civilización del amor.

Francisco, siguiendo estas líneas, propone renovar esta devoción para que pueda ser atractiva a la sensibilidad actual, enfrentando los viejos y nuevos dualismos que surgen en cada momento histórico. En concreto, que el corazón de Cristo libere a la Iglesia de reformas de estructuras, vacías de evangelio, ternura, servicio o gratuidad.

El cuarto capítulo “Amor que da de beber” retoma el cumplimiento de las promesas mesiánicas en el costado abierto de Cristo, fuente de donde mana la vida nueva. En el corazón traspasado de Cristo se concentran, escritas en carne, todas las expresiones de amor de las Escrituras. No es un amor que simplemente se declara, sino que su costado abierto es manantial de vida para los amados, es aquella fuente que sacia la sed de su pueblo. A partir de esto, se retoma la experiencia de padres de la Iglesia, de santos y santas, místicos y místicas que han difundido la devoción al corazón de Cristo. Entre las mujeres recordemos a Santa Lutgarda, Santa Matilde de Hackeborn, Santa Ángela de Foligno, Juliana de Norwich, santa Gertrudis de Helfta, Santa Catalina de Siena, Santa Margarita María Alacoqué y, de especial mención, Santa Teresita del Niño Jesús a quien el Papa le atribuye, junto a Carlos de Foucauld, el configurar esta devoción con elementos más fieles al Evangelio, incluyendo la dimensión misionera, propias del auténtico amor de Cristo. Además de muchos otros varones, se refiere a Daniel Comboni, fundador de los misioneros combonianos, quien encontró en el misterio del Corazón de Jesús la fuerza para su compromiso misionero.

Finalmente, el quinto capítulo “Amor por amor” nos dirige la mirada hacia el amor que busca Cristo que es el amor a los hermanos, a los más necesitados. Ofrece también una nueva manera de entender la reparación al corazón de Cristo como una reparación evangélica al pecado estructural que causan nuestros actos. Supone reconocer el daño hecho a los hermanos y el deseo de transformar esas situaciones. En este sentido es muy importante aprender a pedir perdón que constituye un modo de sanar las relaciones porque “reabre el diálogo y demuestra el deseo de restablecer el vínculo en la caridad fraterna (…) toca el corazón del hermano, lo consuela y le inspira la aceptación del perdón solicitado. Así, si lo irreparable no puede repararse del todo, el amor siempre puede renacer, haciendo soportable la herida”. Y como lo entendió profundamente Santa Teresita del Niño Jesús, la reparación no va en términos de justicia sino de misericordia. No hay nada que reparar al corazón de Cristo, ni ningún sacrificio que realizar para completar la redención que ya fue total en Cristo. Lo que se necesita y que, Santa Teresita lo vivió, es volverse amor misericordioso de Dios para el mundo que llegue a todos y comprendan la ternura del corazón de Jesús. En otras palabras, es ser misioneros enamorados que se dejan cautivar por el corazón de Cristo y que transmiten ese mismo amor.

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