Por: Marcos Palicio
“Trabajar con los más pobres está en mis venas, si no tenemos una dimensión social, no seremos creíbles”
Mons. Aníbal Nieto Guerra, obispo emérito de San Jacinto es de nacionalidad española, un asturiano de cepa. Se formó desde los quince años con los misioneros carmelitas, se ordenó sacerdote en la iglesia del convento ovetense de las monjas de la orden, y nunca había pensado en ser misionero en Ecuador, cuando dijo “quiero ir a misiones” y embarca con el superior de la orden en aquel primer viaje con destino al país andino. Desde su llegada está próximo a cumplir 50 años, casi medio siglo de inmersión en la durísima realidad de un lugar difícil que ha puesto a prueba su propensión natural a la entrega “a los más necesitados”.
Misionero de vocación temprana, el prelado asturiano lleva casi medio siglo en Ecuador y por más de quince años estuvo al frente de la diócesis de San Jacinto, donde a veces “la necesidad nos desborda” y “no podemos llegar a una gran multitud de gente con toda clase de necesidades”. “Trabajar con los más pobres está en mis venas”, confiesa, “si no tenemos una dimensión social, no seremos creíbles”.
En la orilla pobre del río Guayas, al suroeste de Ecuador, hay zonas en las que “falta de todo”, la miseria pide auxilio y el obispo siente que la magnitud de la necesidad “nos desborda”. Al teclear Durán en Google, la pantalla devuelve un ataque armado, un asesinato, tres muertos y cuatro heridos en “una nueva masacre”, una clasificación que cataloga a la ciudad como la “capital del crimen en Ecuador” y una información que la ubica entre las más violentas del mundo… Este ecosistema hostil fue el lugar de trabajo de Mons. Aníbal Nieto que siempre quiso ser misionero, de un sacerdote carmelita que lleva la vocación social “en las venas” y de aquel párroco de Guayaquil al que aún, confiesa, no se le ha quitado del todo el susto de la llamada en la que le comunicaron, en 2006, que el Papa Benedicto XVI le requería en la prelatura.
Trabajo con los más necesitados
“Trabajar siempre con los más pobres está en mis venas”, confiesa, y como invocando una divisa, o un lema de vida, añade que la fe “siempre tiene que ir acompañada de las obras”. Su labor misionera en Ecuador empezó a mediados de los años setenta en el oriente del país, en la tierra de misión de Sucumbíos, donde pasó tres años de sol y mucha lluvia, de lodo y privaciones, de evangelización y auxilio frente a la necesidad extrema en la zona más castigada de un país extremadamente pobre. Después de tres años en el Seminario Mayor de Quito, la parroquia que se le asignó en Guayaquil, la ciudad más poblada de la nación, tenía la muy significativa advocación de San Judas Tadeo, el santo al que la tradición cristiana tiene por abogado de las causas imposibles.

Hubo que fundar un dispensario con nueve médicos para los más necesitados y para los niños que venían al consultorio en ayunas un comedor atendido por voluntarios, cuenta Nieto. El párroco llamó a algunas puertas para que, “llevando una tarjetita mía”, algunos médicos reputados atendieran a los enfermos más graves y en Mapasingue, “lo que llaman un barrio peligroso”, repartían “colchones, a veces cocinas, bombonas de gas o medicinas”, y había que hacer campañas médicas por las escuelas, llevando incluso un laboratorio portátil para análisis, y levantar casas, “de caña y de ladrillo… Siempre quisimos tener esa dimensión social”, relata el obispo, “porque si no, no seríamos creíbles. Si una parroquia se limita sólo a las misas y a los puros sacramentos, no tiene un respaldo”.

Pero como también cuenta eso, las misas, los sacramentos y lo espiritual, en paralelo trabajó “mucho en la oración contemplativa, que simplemente consiste en acoger a la gente y enseñarla a orar, pero desde el silencio”. Todos los martes, recuerda, en su parroquia llegaba a concentrar a cuatrocientas personas en silencio para llevarlas “a un ejercicio de relajación” y de la experiencia salieron cinco libros.
Ordenación episcopal
En 2006, fue designado obispo auxiliar de Guayaquil y a continuación, a partir de 2009, primer titular de la diócesis de San Jacinto, creada por segregación de la muy extensa demarcación episcopal que tiene su cabecera en la ciudad más grande de Ecuador, con tres millones y medio de habitantes y 190 sacerdotes. La nueva responsabilidad “cambió mi vida totalmente”, confiesa el padre Aníbal, complacido al revivir la alegría que sintió al saber que a su ceremonia de ordenación como prelado en la catedral de Guayaquil pudieron asistir su padre, “con 83 años”, y la menor de sus hermanas.
Lugar muy peligroso
Quedó a su cargo la diócesis segregada en la que se incluye la dura Durán, una ciudad de medio millón de habitantes situada enfrente de Guayaquil dominada por “los muertos, los asaltos, los sicariatos y por todo un mundo subversivo de droga. Estamos en un lugar muy peligroso”, sentencia monseñor Nieto con pesadumbre. Calcula en 200.000 las personas que viven en situaciones más vulnerables, asentadas en zonas de “invasión” demasiado expuestas a las avenidas del agua en las épocas de las grandes lluvias tropicales, y aunque todavía a la Iglesia se la respeta, también “hay lugares donde no podemos entrar, por recomendación de la policía”.
Aun así, se han esforzado por ayudar a construir casas para los más necesitados y han levantado pequeñas capillas de caña donde celebran misas, bautizos o comuniones, y “tenemos cuatro comedores para los niños que van a la escuela y no tienen qué comer” y un “proyecto muy bonito” para ayudar, dar asistencia psicológica y formar para tener un oficio a las abundantes madres solteras que aquí con más frecuencia de la debida dan a luz “con doce o trece años…” Queda demostrado, asiente el padre Aníbal, que el día a día un obispo en este lugar de Latinoamérica no tiene “nada que ver” con la de uno de sus iguales en España. Todo ese caudal de pobreza “nos desborda”, señala, “porque no podemos llegar a esa gran multitud de gente que tiene toda clase de necesidades, y hay lugares a los que no podemos ir de noche por si nos asaltan”.
La desazón se acrecienta cuando Aníbal Nieto levanta la vista y mira al otro lado del río Guayas y vuelve a comprobar que, con sólo cruzar un puente, tres minutos, al pasar de la diócesis de San Jacinto a Guayaquil el paisaje cambia “la extrema pobreza por las mansiones más grandes” y los niños con desnutrición crónica por la opulencia de algunas de las mayores empresas del país, las azucareras, las arroceras o las camaroneras -granjas de camarones- que tienen su sede en la ciudad. Tienen que llamar a sus puertas, y algunas les ayudan, y así también sacan a veces partido de los “grandísimos contrastes” del país.
El destino le ha puesto en un lugar donde “todo es desbordante”, remarca. “Un sábado puede haber treinta bautizos”, y a la vez mil niños de Primera Comunión, y el próximo día de Navidad, “con un calor de 35 grados”, la religiosidad popular volverá a desbordar la procesión al santuario del Divino Niño de Durán, que dura cuatro horas y congrega cada año a varios miles de personas venidas de todo el país. “Unos van descalzos, otros en carro, es impresionante la devoción que se le tiene, aunque el número de devotos también ha disminuido en torno al treinta por ciento porque por la situación difícil de Durán muchos no quieren venir”, lamenta el padre Aníbal
Él sigue anclado aquí, en este lugar de gente “muy católica y muy generosa, gente que respeta y quiere la vida de un sacerdote”, pero allá lejos, en algún lugar del horizonte, sigue Asturias. Cuando vuelve, confiesa, “me siento un emigrante, porque ya no conozco a nadie”, y no puede evitar entristecerse al comparar “a esos niñitos en sus carricoches, tan bien cuidados, con los pequeños desnutridos que aquí no tienen ni lo necesario”. Y aunque tiene “el olorcito de la calle” de su rincón de Ecuador “metido muy dentro de mi corazón”, también extraña a veces España y no descarta volver al principio para pasar sus últimos años en el territorio de su infancia. “Todo tiene su momento, su espacio, y somos administradores de lo que Dios nos pone, pero todo tiene también su fin y hay que dejar que otros sigan lo que uno ha sembrado. Esa es la ley de la vida en todos los sitios”.
Marcos Palicio (Diócesis de San Jacinto) Guayas – Ecuador