Dra. Consuelo Vélez
Como todos los años, en el mes de octubre se celebra la Jornada Mundial de las misiones y, para esta ocasión, el papa Francisco publicó su mensaje con el lema: “vayan e inviten a todos al banquete” (Mt 22,9). Esta parábola tiene como protagonista a un rey el cual invita a sus amigos a las bodas de su hijo, pero los invitados no van e incluso algunos matan a los siervos que los estaban invitando.
Cuando el rey se entera de la actitud de los invitados, se enoja y manda a su ejército para destruir aquella ciudad. Entonces les dice a sus siervos que salgan por los caminos e inviten a todos los que encuentren. Así lo hacen y la boda se llena de convidados. Recordemos que este texto se inscribe en un conjunto de parábolas con las que Jesús, en el evangelio de Mateo, enfrenta a los escribas y fariseos, mostrándoles cómo ellos rechazan el mensaje que Dios les está haciendo llegar a través suyo.
El papa Francisco aprovecha el mensaje de la parábola para recordar la evangelización como misión prioritaria de la Iglesia, la cual debe tener en cuenta algunos aspectos. Además, recuerda que, estando al final del proceso sinodal (justamente en este mes de octubre se llevará a cabo la segunda asamblea presencial en Roma), es ocasión de “relanzar” esta misión evangelizadora de la Iglesia.
En primer lugar, retoma los verbos con los que inicia la parábola: “vayan” y “llamen”; es decir, “inviten”, pero con una característica importante: sin cansarse, o mejor, “incansablemente”. En la parábola los siervos salieron a invitar varias veces y fueron rechazados. En la actualidad sucede lo mismo, pero el misionero de Cristo, no puede dejar de anunciar al Dios “grande en el amor y rico en misericordia”, amor que se da a todos, sin importar que lo rechacen. Jesús, buen Pastor, no cesa de buscar a las ovejas. Por esta misma razón la misión ha de seguir adelante sin desanimarse ante ninguna dificultad.
En segundo lugar, todos estamos llamados a realizar la misión. El testimonio de tantos misioneros ad gentes –a los que Francisco les agradece su testimonio y generosidad– ha de ser estímulo para que todo cristiano asuma con responsabilidad la misión que le compete.
Ahora bien, aquí el papa retoma una imagen que utilizó desde el inicio de su pontificado sobre el Jesús que llama a la puerta (Ap 3,20) desde el interior de la Iglesia para que le dejemos salir. Es decir, el dinamismo misionero es Jesús mismo quien, desde dentro, nos invita a salir de nuevo en misión, cada uno desde sus propias posibilidades. Eso sí, con las mismas actitudes del Dios que invita: sin “forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con cercanía, compasión y ternura”.
En tercer lugar, el contexto escatológico en el que se inscribe la parábola nos recuerda que la evangelización no puede olvidar ese mismo horizonte. La misión no es solo el anuncio de los tiempos nuevos para este presente, sino que se prolonga para toda la eternidad. A diferencia de tantos banquetes que se ofrecen hoy –banquete del consumismo, del bienestar egoísta, del individualismo– el evangelio llama al banquete del reino que implica el gozo, el compartir, la justicia, la fraternidad/sororidad de todos los hijos e hijas de Dios, en la mesa del reino que comienza y llegará a su plenitud en la comunión definitiva con Dios. En este sentido, el Papa invita a recuperar el dinamismo escatológico de la Eucaristía porque cada vez que celebramos el banquete eucarístico, “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!
Francisco recuerda que la invitación es a “todos”. La parábola dice que el salón se llenó de invitados, buenos y malos, es decir, incluye a todos y, especialmente, a aquellos que la sociedad considera excluidos, marginados, por cualquier razón. La invitación no tiene límites, ni restricciones, la única es la que hace la propia persona que se cierra a tal invitación. Esto es lo que significa el hombre de la parábola que el rey encuentra sin el traje de boda y por eso lo excluye de la fiesta. Recordemos que el género literario “ ́parábola” no es para tomarlo al pie de la letra sino para extraer el mensaje que se quiere comunicar a través de la historia que se relata. En este caso, no es Dios quien castiga al que está sin traje de boda, sino que él mismo se excluye al rehusarse, por su libertad, a estar vestido acorde con la situación a la que fue invitado. En el contexto del sínodo de la sinodalidad es muy importante la experiencia misionera como fruto del mismo sínodo. Toda renovación eclesial y participación plena de los miembros en la Iglesia no tiene otro objetivo que dinamizar el impulso misionero del anuncio de la Buena Noticia del Reino, haciéndola creíble por el propio testimonio eclesial de “comunión, participación, misión” como dice el lema del sínodo. Por todo lo anterior este mes de octubre, mes misionero por excelencia, la invitación continúa siendo la dedicación incansable a la misión no porque sea un proyecto propio sino por ser una misión que se nos ha confiado.
Ya María en las bodas de Caná –adelantó la hora de su Hijo– permitiendo que el mejor vino no faltara en aquella boda. Con su intercesión no faltarán en este tiempo actual los frutos fecundos de la acción misionera de la Iglesia, siempre y cuando, mantengamos la fidelidad a los valores del reino, la coherencia del testimonio eclesial de inclusión y participación efectiva de todo el pueblo de Dios en la misión evangelizadora de la Iglesia. En este horizonte, las Obras Misionales Pontificias son un faro necesario para alimentar el espíritu misionero que, vivido en todos los momentos de la vida, en cada realidad cotidiana, también se extiende más allá de los propios límites, “hasta los confines de la tierra” (Mt 28, 19–20). Nuestra oración, entonces, por tantos misioneros del mundo, pero también, por la fidelidad de cada uno a la misión, allí donde el Señor nos ha llamado.