P. Eduardo de la Serna
En el Evangelio de san Lucas, encontramos un texto muy conocido: El Resucitado camina junto a unos peregrinos que regresan a Emaús, los que no lo reconocen hasta que Jesús fracciona el pan.
El relato está cargado de temas teológicos o catequéticos que en seguida señalaremos muy brevemente, y, en este contexto, se hace expresa referencia a los peregrinos. Es evidente el contexto eucarístico del relato: un grupo reunido, la explicación de las Escrituras, un domingo, la fracción del pan (el término “fracción del pan” es claramente Eucarístico; cf. Mc 14,22; Mt 26,26; Lc 22,19; 1 Cor 10,16-17)… Sin duda, Lucas quiere indicarnos que los cristianos tenemos un encuentro personal con el Resucitado en la celebración de la eucaristía. Pero detengámonos aquí en los peregrinos.
Evidentemente se trata de discípulos: en vv. 14-15 se nos indica que ambos venían hablando de lo ocurrido, y, cuando el misterioso compañero de camino les pregunta de qué conversaban, ellos aluden expresamente a Jesús, su ministerio, su pasión, y el misterio del sepulcro vacío… (vv. 19-20. 22-24). A partir de esto, el peregrino les explica las Escrituras indicándoles la necesidad de que todo esto ocurriera, como se lee en toda la Biblia: “empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas” (v.27). Más adelante nos enteraremos que esta explicación hizo “arder los corazones” (v.32) de los compañeros.
Señalemos, además, que una vez en la casa, el texto nos indica que cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, él desaparece de la vista de los peregrinos. El que no podía ser reconocido, porque sus ojos estaban “bloqueados” (v.16), es “visto” en la fracción del pan cuando se les abren los ojos (v. 31) con lo que lo ven y reconocen, pero, curiosamente, en ese instante “desapareció de la vista”, se volvió “invisible”. Los ojos de la fe, los que les permiten reconocer al resucitado, ya no ven lo que “está a la vista”, tienen una nueva mirada, ven lo que está “más allá”.
Pero, notemos que, estos peregrinos viven en la misma casa (v.29); si bien es posible que se trate de parientes, parece más probable que se trate de un matrimonio. El relato nos informa que uno de los dos peregrinos se llama Cleofás (v. 18); del otro no se nos dice nada… tampoco su género, por lo que, como sabemos, dado el uso del plural, puede ser tanto masculino como también femenino.

Por el Evangelio de San Juan (que en los textos de la pasión y resurrección tiene una cierta cercanía temática con el de Lucas) sabemos que al pie de la cruz había algunas mujeres, y que una de ellas era “María de Cleofás”, es decir, la mujer de Cleofás (19,25). Resulta sumamente probable que un matrimonio de discípulo de Jesús, que compartieron con él los últimos acontecimientos, ante la desilusión que significó su muerte violenta, volvieran a su casa compungidos. La presencia de un peregrino en el camino fue expresión de este apesadumbramiento, ellos no dejan de hablar de cuánto les duele el crimen de su amigo y maestro (y profeta). Pero “ya no hay nada que hacer”. Por más que “algunas mujeres” hablaran de que unos ángeles les dijeron “que vivía” (v.23), lo toman como “cosa de mujeres”.
Han visto el sepulcro vacío (v.24), pero no les basta para creer (en Mc 16,6 y Mt 28,6 el sepulcro vacío es interpretado por los enviados divinos como signo de resurrección; aquí, en Lucas, no alcanzan a creer hasta “verlo”, sea en la fracción del pan como en una aparición; cf. v.34; aunque a veces eso no basta, cf. vv.36-37, y deben entender “las Escrituras”, v.45).
Los peregrinos de Emaús son, entonces, imagen de una Iglesia (un varón y una mujer) que se encuentra con Jesús resucitado en la explicación de la Biblia y en la fracción del pan cada domingo, y que no se guardan esa noticia para ellos sino que salen a comunicar a todas y todos esa buena noticia: ¡Jesús está vivo!