P. José Barranco, mccj
Ellos no iban en patera, les ayudaba un burro y caminaban. Se refugiaron en lo que encontraron, y como emigrantes, aunque llevaran algo, siempre necesitaban algo más y pidieron limosna, se quedaron en un rincón de donde no les echaron.
Se corrió la voz de que una chica joven estaba dando a luz en el rincón de una cueva de animales. Los hombres no sabían cómo apoyar, pero un par de mujeres acudieron para ayudarla en esta situación delicada en que se encontraba la joven desconocida. Su marido, nerviosísimo, agradecía el auxilio que daban estas mujeres generosas, el aportaba en lo poco que podía hacer. Un pastor animaba a José diciéndole, ánimo verás que todo saldrá bien, la gente de Belén es buena.
Apareció una anciana con agua caliente. Otro pastor prestó su piel de oveja donde solía dormir.
Entre emociones, miedos y tensiones se escuchó el llanto del recién nacido. Una mujer gritó: «es un niño». José dijo en voz baja que ya lo sabía, pero los presentes no dieron importancia a lo que dijo. Otro pastor le preguntó ¿cómo se llamaba su esposa? y él un poco más tranquilo respondió: «María».
Finalmente las mujeres permitieron que se acercara José, y mientras ellas lavaban al niño, María y José se abrazaron mezclando lágrimas y sonrisas, juntos y en voz muy baja susurraban: Gracias Padre, gracias Señor.
El niño socorrido y lavado lo ponen en brazos de la joven madre a quien otras mujeres también habían ayudado aunque no la conocían. Los tres abrazados se convierten en el objetivo de miradas. María y José acarician al bebé. El adviento de nueve meses había terminado y acababa de empezar Navidad. No había regalos pero un pastor trae un poco de leche y dice a Maria: «Tenga y beba que tiene que alimentarse, pero ella no se da cuenta, está preocupada de cómo proteger a su bebé que es su Dios.
José silencioso trata de ayudar a María y al niño. Pronto hay tranquilidad y silencio en el lugar, pero en el corazón de esta pareja hay inquietud de cómo será el futuro. José dice al oído de María: No te preocupes yo estoy aquí, y juntos se quedaron dormidos.

Nosotros vivamos a fondo el Adviento para que el mundo pueda saber qué es Navidad. 2000 años más tarde otra pareja embarazada sale de África. Ellos buscan una nueva realidad para su hijo. No huyen de un Herodes que quiera matar a su hijo, huyen del hambre. A mitad del viaje, en patera, está otra joven que de imprevisto se pone de parto. Aquí la situación es peor que la de Belén. Llevan días muy tensos, incluso tienen hambre y no hay a quién pedir limosna.
La joven tiene dolores muy fuertes y aquí no hay cómo protegerse, pero otra mujer ayuda al parto. Milagrosamente nace una niña y de la nada sale también algo de ayuda. También está pareja llegó a su destino con la niña viva. No tendrán que recorrer Egipto, ni Belén o Nazaret, pero si por ciudades españolas, llenos de miedo e inseguridad, buscan trabajo y alguien que les entienda, y sobretodo algún corazón abierto.
«Queridos migrantes, vengan a mi casa que su adviento ya terminó». Este hombre de corazón grande les lleva a su hogar, al abrir la puerta de la casa gritó fuerte: – Salgan todos, venga que ya ha llegado Navidad. Jesús ha llegado con sus papás, es una niña- Todos ríen y quieren ver a la niña. El hijito pequeño pregunta: ¿Cómo se llaman? – El papá responde: No sé, pero a la señora nosotros la llamaremos María, al señor lo llamaremos José y a la niña María Jesús.