enero 25, 2025
Esperar contra la esperanza: una campaña de oración en favor de la conversión ecológica

Esperar contra la esperanza: una campaña de oración en favor de la conversión ecológica

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La exhortación Laudate Deum es una invitación concreta a promover el multilateralismo como forma de gobernanza capaz de establecer y aplicar normas globales y eficaces para la «preservación global» del planeta. Se trata de un espacio democrático e inclusivo donde las voces de la sociedad civil puedan ser escuchadas, donde todos los países tengan un papel que desempeñar, donde la brújula sea el bien común y no una «autoridad mundial concentrada en una sola persona o en una élite con excesivo poder» (LD 35).

El Papa Francisco expresa su preocupación porque «el mundo se está desmoronando y quizás se acerca a un punto de ruptura» (LD 2), pero no estamos haciendo lo suficiente para cuidar de nuestra casa común. Necesitamos planes concretos, muy ambiciosos y viables para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París en la COP28.

La COP28 pretende abordar tres retos decisivos que son también oportunidades para tomar decisiones compartidas audaces que estén a la altura de la responsabilidad encomendada a los líderes y negociadores de los países que se reunirán en Dubai a partir del 30 de noviembre de 2023. Se trata de la transición energética, la justicia climática y la voz de los últimos en las negociaciones. En referencia a este compromiso, la Plataforma de Iniciativas Laudato si’ se posiciona a partir de las reflexiones expresadas en Laudate Deum. En particular, hace hincapié en la necesidad de:

Acelerar la transición energética y reducir drásticamente las emisiones que alteran el clima para 2030, basándose en las pruebas encontradas por el IPCC (cf. Informe de Evaluación 6, 2023). Reconoce la complejidad de alcanzar un acuerdo realmente eficaz en este ámbito, pero no se puede perder más tiempo. Aún es posible evitar las peores consecuencias del calentamiento global y debemos aprovechar al máximo esta oportunidad.

Laudate Deum nos recuerda que «la necesaria transición hacia energías limpias (…), abandonando los combustibles fósiles, no avanza lo suficientemente rápido. (…) Debemos superar la lógica de parecer sensibles al problema y, al mismo tiempo, no tener el valor de realizar cambios sustanciales» (LD 55-56).

Tal y como se recoge en las conclusiones del diálogo técnico del primer «Global Stocktake»[1], es necesario ser mucho más ambiciosos a la hora de establecer objetivos nacionales de reducción de emisiones para reducir las emisiones mundiales de GEI en un 43% para 2030 y aún más, en un 60% para 2035, en comparación con los niveles de 2019, y lograr emisiones netas de CO2 nulas para 2050 en todo el mundo. Además, los países deberían acordar un marco de transición justo con un objetivo global fijo para las energías renovables: triplicar la capacidad mundial de energías renovables hasta 11.000 GW en 2030, realizando al menos 1.500 GW al año.

En resumen, «si hay un interés sincero en que la COP28 sea histórica, nos honre y nos ennoblezca como seres humanos, entonces sólo podemos esperar formas vinculantes de transición energética que tengan tres características: que sean eficientes, que sean vinculantes y que sean fáciles de supervisar. Todo ello para iniciar un nuevo proceso que sea drástico, intenso y que pueda contar con el compromiso de todos» (LD 59).

Justicia climática y compromiso financiero: entendiendo que todo está conectado y que o nos salvamos juntos o no se salva nadie, nos enfrentamos al reto de una transición ecológica que debe ser inclusiva. Dado que el cambio climático amenaza a todos los países, comunidades y personas del mundo, deben intensificarse las acciones de adaptación y los esfuerzos para prevenir, minimizar y hacer frente a las pérdidas y los daños, con el fin de reducir y responder a los crecientes impactos, en particular para los menos preparados para el cambio y los menos capaces de recuperarse de los desastres.

Según los principios de responsabilidad compartida pero diferenciada y de justicia climática, los países desarrollados tienen el deber de hacer más y de ayudar financieramente a los países en desarrollo. Las promesas hechas en el pasado en relación con la financiación climática se han incumplido (100.000 millones de dólares al año). La COP28 está llamada a dar un cambio de ritmo decisivo, no sólo para asegurar los compromisos no plenamente cumplidos del pasado, sino también para definir nuevos objetivos de compromisos financieros (GGA[2], NCQG[3], etc.) acordes con las necesidades reales de los territorios y comunidades locales, que se estiman en más de 2,4 billones de dólares anuales hasta 2030. De crucial importancia será la definición del fondo para pérdidas y daños causados por el cambio climático, cuya eficacia dependerá de su facilidad de acceso, de la posibilidad de utilizar el fondo tanto para pérdidas económicas como no económicas, de su carácter reparador -es decir, en forma de donaciones y no de préstamos-, de que se base en los derechos humanos y en el principio de subsidiariedad; y de que esté regido por una autoridad equitativa que actúe por el bien común.

Situar la naturaleza, las personas y los medios de vida en el centro de la acción climática: los países, las organizaciones de la sociedad civil y los pueblos indígenas han expresado de forma inequívoca la urgencia de proteger, promover e integrar a las personas y la naturaleza en las acciones para responder a los impactos del cambio climático. Es importante que su visión, prioridades y valores se tengan en cuenta en las negociaciones. Como afirma la exhortación Querida Amazonia (2020), estos últimos «no son interlocutores cualquiera, a los que hay que convencer, ni siquiera un invitado más en una mesa de iguales. Son los interlocutores principales, de los que ante todo hay que aprender, a los que hay que escuchar por deber de justicia y a los que hay que pedir permiso para presentar nuestras propuestas. Su palabra, sus esperanzas, sus temores deben ser la voz más poderosa en cualquier mesa de diálogo» (QAm 26).

El Papa Francisco se suma a la multitud de voces de la sociedad civil y de los pueblos indígenas, señalando que «buscar sólo un remedio técnico para cada problema ambiental que surge es aislar cosas que en realidad están conectadas, y ocultar los problemas reales y más profundos del sistema mundial. (…) Suponer que todo problema futuro puede resolverse con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo fatal, destinado a provocar un efecto de bola de nieve» (LD 57). De acuerdo con esta convicción, nos sentimos obligados a señalar el peligro de las «falsas soluciones», como la captura y almacenamiento de carbono (CAC) o el mercado de créditos de carbono, cuya función principal es distraer de la necesidad de eliminar progresivamente los combustibles fósiles.

Sin embargo, no podemos ignorar cuánto pesimismo existe en estos momentos sobre la capacidad real de la COP28 para cumplir las expectativas. Esto es comprensible, dadas las decepcionantes COP del pasado y los nuevos planes para ampliar la extracción y comercialización de combustibles fósiles. Sin embargo, como nos recuerda el Papa Francisco.

Decir que no debemos esperar nada sería contraproducente, porque significaría exponer a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los peores impactos del cambio climático. Si tenemos fe en la capacidad de los seres humanos de trascender sus pequeños intereses y pensar en grande, no podemos renunciar a que la COP28 conduzca a una aceleración decisiva de la transición energética, con compromisos efectivos que puedan ser permanentemente monitoreados. (LD 53-54)

La crisis ecológica nos llama a ser por una vez capaces de no desperdiciar una oportunidad histórica de transformación global, como ocurrió en la crisis financiera de 2007-2008 y se repitió en la crisis de Covid-19 (LD 36).

Esperemos que quienes intervengan en la COP28 sean estrategas capaces de pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos, y no en los intereses de unos pocos países, grandes empresas o grupos económicos. Como espera el Papa Francisco, «así podrán demostrar la nobleza de la política y no su vergüenza». A los poderosos me atrevo a repetirles esta pregunta: «¿Por qué quieren mantener hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?» (LD 60).

En conclusión, somos conscientes de la enormidad de estos retos, pero también de la necesidad de que la COP28 avance de forma decisiva para mantener el aumento de la temperatura media mundial dentro de 1,5°C. Por ello, hacemos un llamamiento a los negociadores y a los dirigentes políticos de todos los países para que contribuyan de manera significativa al éxito de la COP28. Sabemos que si nos mantenemos en la lógica de buscar soluciones «a través del miserable prisma de los intereses humanos» (Comboni, Escritos 2742, 1871), no habrá progresos reales. Pero confiamos en la presencia del Resucitado en la historia, en la obra de su Espíritu que transforma los corazones y las situaciones, incluso cuando todo parece perdido. Por eso nos comprometemos en una campaña de oración durante toda la COP28, seguros de su fuerza y eficacia. Que el Espíritu Santo acompañe a los negociadores y líderes políticos, los ilumine, inspire y sostenga en su delicado y decisivo servicio a sus países y a toda la humanidad.

Hno. Alberto Parise, MCCJ
Secretariado General de la Misión(Comboni.org)

[Foto: © FAO/Giulio Napolitano]

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