La misión es la tarea de la Iglesia. Ella no existe para sí, sino para anunciar a Jesucristo. Pero esto hay que recordarlo, una y otra vez, porque la tentación que ha tenido la Iglesia de todos los tiempos, es asegurar tanto sus estructuras de funcionamiento que puede perder lo realmente importante: la misión.
En la actualidad, corre el peligro de quedarse sosteniendo estructuras, tal vez, demasiado grandes para tiempos con pocos miembros para tal empresa o, tal vez, estructuras que ya no son tan necesarias porque las actividades que allí se desempeñan ya las realizan otras instancias y de manera adecuada.
Sean estos ejemplos u otros, es urgente discernir de qué manera las estructuras tienen que estar al servicio de la misión y no al contrario. En este sentido, octubre, mes en el que se celebra la Jornada Mundial de las Misiones (este año será el 22 de octubre) nos invita a retomar esta prioridad de la misión, renovándola y revitalizándola. Anteriormente, se le daba mucha prioridad a la misión “Ad gentes”, es decir, ir a los lugares –casi siempre distantes– donde no se conoce a Cristo. Pero ahora la realidad nos invita a repensar algunas cosas. Cada vez es más evidente que tampoco en nuestros entornos cercanos, la gente conoce a Cristo. Es decir, es urgente anunciar a Jesucristo a los lejanos, pero también a los cercanos. Las sociedades han cambiado y la fe cristiana está dejando de constituirlas como pasaba antes. Lo más fácil es echarle la culpa a la secularización, pero esa no es la única causa. Mientras no sepamos anunciar a Cristo con el testimonio y las categorías adecuadas para el mundo actual, cada vez, más gente se irá alejando del contexto cristiano. Cabe anotar que no todo el mundo se aleja de las búsquedas “espirituales” pero sí de la institución eclesial.
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Pero también, pensando en la misión, sea Ad gentes o sea en el propio entorno, esta no se ha de concebir con el objetivo de incorporar a más gente a la Iglesia católica. La misión ha de ser una oferta gratuita, libre, una invitación sin ninguna coacción, un testimonio que puede iluminar la vida de los otros, pero sin proselitismos ni imposiciones. Esto se debe a que la pluralidad religiosa es un hecho innegable y la salvación excede los límites de la institución eclesial. Aquello de que “fuera de la Iglesia católica no hay salvación”, ya no se admite porque la Iglesia es signo del Reino de Dios, pero no se identifica con él. La salvación de Dios es una oferta para todos y, con toda seguridad, hay diferentes mediaciones que hacen posible que la salvación divina alcance a toda la humanidad.
Todo lo anterior puede iluminarse mejor con el mensaje que el papa Francisco ha dado para la Jornada Mundial de las Misiones de este año 2023. Francisco retoma el pasaje de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13–35) y lo condensa en una frase muy hermosa: “corazones fervientes, pies en camino”. Recordemos brevemente que en ese texto los discípulos de Emaús esperaban que Jesús fuera quien iba a liberar a Israel, pero lo que sucedió fue su crucifixión y muerte. Habían pasado tres días y se confirmaba el fracaso de sus esperanzas. Por eso volvían a su pueblo desanimados y tristes. Es en ese camino donde Jesús camina con ellos –no lo reconocen– hasta que al oír lo que Él les va relatando de las Escrituras y, especialmente, al partir el pan, sus corazones se encienden y, aunque en ese momento Jesús desaparece, esa experiencia vivida los pone nuevamente en camino hacia Jerusalén para dedicarse a la misión que se desprende del encuentro con Jesús Resucitado.
Con este texto, Francisco quiere ofrecer las claves para la misión: lo que se anuncia no es una doctrina, unos ritos, unas leyes, unas costumbres. Ha de anunciarse aquello que ha transformado la propia vida –el encuentro con Jesucristo– a modo de experiencia que hace arder el corazón, Francisco lo expresa con los términos “corazones fervientes”. Y, al mismo tiempo, al reconocerlo en el partir el pan, se nos invita al significado de la presencia de Jesús en la Eucaristía: solidaridad, compromiso, comunión de bienes, misericordia, opción por los últimos, misericordia incondicional, etc. Francisco lo expresa con los términos: “pies en camino”. Es otra manera de hablar de esta “Iglesia en salida” de la que tanto no ha hablado, ocupada por los dolores del mundo, pendiente de las necesidades de las personas, dedicada al servicio sin límites, ni medida.
Francisco termina su mensaje para esta Jornada misionera, diciéndonos: “Pongámonos de nuevo en camino también nosotros, iluminados por el encuentro con el Resucitado y animados por su Espíritu. Salgamos con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad”.
Papa Francisco
En efecto, es hora de renovar nuestra propia experiencia de fe para anunciar a los demás “lo que hemos visto y oído” (Hc 4, 20). De esta manera se siembra más y más trigo en el mundo (Mt 13, 24–30), es decir, se siembra el bien y la bondad que pueden hacer de este mundo un lugar más justo, más fraterno/sororal, más parecido al mundo soñado por Dios, cuando al crearlo “vio Dios que todo era bueno” (Gén 1, 4).
De esa manera la Iglesia cumple su misión “anunciando gratis, lo que ha recibido gratis” (Mt 10,8), consciente de que al sembrar la semilla “el grano brota y crece, sin que se sepa cómo” (Mc 4, 26–29).